Una paramesa es la única mujer que hace la trasterminancia entre la ribera y la montaña de Luna con su rebaño merino .
Si para ser pastor hay que haber nacido entre las ovejas, Violeta Alegre es una excepción. «Las ovejas me entraron con el matrimonio», comenta la mujer, que pastorea en un puerto pirenaico con el rebaño de merinas, en su mayoría negras, otra excepción, que cada año suben al puerto de Abelgas de Luna ‘a pastar’ el verano.
Vienen desde el Páramo, la tierra de Violeta. La única mujer que hace la trasterminancia en León emparentó con el linaje de los trashumantes al casarse con el luniego Gregorio Fidalgo. Ahora las ovejas son «mi oficio y mi medio de vida», afirma. Cuando su padre la veía atender a las ovejas en la majada en la época de la paridera recuerda que le decía: «¡Ay, hija! Este no es trabajo de mujeres pero tú estás hecha de otra pasta».
Violeta Alegre está al frente, a partes iguales con su marido, de Fial. Y no es por las capitulaciones matrimoniales ni el acuerdo de bienes gananciales. Son la única pareja del campo leonés que se ha acogido a la titularidad compartida. Otra excepción.
En los primeros tiempos, ella no subía sola a la montaña con las ovejas. Pero desde hace diez años es la pastora principal del rebaño en el puerto de Foyo del Agua, de Abelgas de Luna. «Gregorio se queda abajo, en San Pelayo, para la paridera», explica. Es un trabajo «más duro», sobre todo cuando se tiene la espalda tocada por alguna lesión, como le sucede a ella. Lo dice mientras conduce el todoterreno con el que se acerca cada mañana a la majada, como si manejar un rebaño por el puerto fuera coser y cantar. «Al principio subía andando y sin conocer con mucho miedo a lo desconocido y a la soledad», admite.
Tasio, su suegro, hizo de guía. «Me ayudó mucho. Se sentaba en aquella pared y, a voces, me decía: ‘Ponte por encima de ellas (las ovejas) que te tiran las piedras encima». Ahora el hombre, cerca de los 80 años, sube con ella en el coche un trecho del camino y baja andando hasta el pueblo. Ya no puede llegar hasta arriba, como hizo toda la vida. Pesan los años. Violeta Alegre silba de diferentes maneras. Es la manera de hablar a las ovejas. «Depende del sonido, saben para dónde ir. Con los dedos lo asimilan al perro», explica.
No se queda a dormir en el puerto, como todavía acostumbran algunos pastores trahumantes y, sobre todo, trasterminantes (los que trashuman desde la ribera o desde los páramos a la montaña a menos de 100 kilómetros), que son los que más abundan.
«De recién casados dormíamos en el chozo de La Cueta», en Babia, en las fuentes del Sil, a donde subían entonces sus ovejas Gregorio y Violeta. El chozo de Foyo del Agua está a 1.500 metros de altitud. Ella baja todas las noches a dormir a la casa de su suegra en Abelgas de Luna. Pero aunque quisiera pernoctar en el chozo, sería poco agradable y menos cómodo. «Mira cómo está. No tiene condiciones y teniendo casa a dónde ir…».
El chozo es un casetuco de hormigón pintado de blanco por fuera y lleno de pintadas que han dejado el testimonio de encuentros seguramente memorables. Está sucio y ella sólo lo utiliza para dejar algunas prendas y utensilios de la majada. El caseto forma parte del puerto pirenaico por el que Fial, la empresa del matrimonio, paga más de 1.000 euros al año por el aprovechamiento de cinco meses. «Dos meses son para que la hierba se regenere», explica.
El matrimonio ha pedido a la Junta Vecinal que acondicione el chozo. «No es pedir lujos porque todos los demás puertos del pueblo tienen chozo y corral cerrado con bloques, no como el nuestro», se queja el marido.
Violeta Alegre y Gregorio Fidalgo inician la trasterminancia a finales de abril. Primero sale el rebaño que pasa el invierno en Soto de la Vega para reunirse en el mismo día con las ovejas que duermen en San Pelayo. En media jornada recorren este pequeño camino.
En dos días de camino, ambos hatajos surcan la distancia hasta Las Omañas y Lago de Omaña, pueblo en el que pastan hasta mediados de julio. La pasada primavera, el rebaño salió rumbo al puerto de Abelgas el 21 de julio. Este camino lo hicieron en una sola jornada. «Las ovejas nuestras andan mucho», comenta la pastora. Un año se juntaron con otro rebaño que también se enfilaba hacia la montaña y «al poco tiempo las dejamos atrás».
La mayoría de las ovejas son de raza merina negra, una especie en peligro de extinción. Apenas quedan un millar en España y el hatajo más grande es el de León. Suman cerca de 400, una tercera parte de todo el rebaño. Antiguamente se utilizaba su lana para hacer capas, mantas y alfombras y era más abundante la negra que la merina blanca. «Pero no admite tintes y no era muy apreciada», apunta la Asociación Nacional de Criadores de Ganado Merino.
Violeta abre la cancilla de la majada y se mete entre el rebaño para comenzar la jornada. La luz es intensa y apenas se distinguen negras de blancas. Hasta que empiezan a salir al campo. En la mochila lleva comida para todo el día, su botella de agua y una bolsa colgando de la que saca un paño bordado. La primera parada la hace, sobre las diez de la mañana, a la sombra de un cerezo, para almorzar. Los perros se arriman tanto que a veces no le dejan ni sitio. Lleva once, diez mastines y un carea, para guardar el ganado. Son su compañía. La soledad es lo que peor lleva. «En tiempos de mi suegra las mujeres también subían a guardar ovejas y vacas, pero solían ir de dos en dos».
Las paradas para comer son uno de los entretenimientos. «Engordo dos kilos todos los años porque como y porque mi suegra me hace unos bizcochos buenísimos». El día, de sol a sol, da para mucho. «Llevo un mes y medio haciendo punto de cruz, sin leer y sin oír la radio apenas porque aquí se coge muy mal», explica.
De vez en cuando sintoniza la emisora pública, Radio Nacional de España, y cuando sale de las zonas de ‘sombra’ y encuentra la señal «wasapeo y cuelgo fotos en el facebook, hablo con mis hijas o llamo a Pepe el pastor, que es el que tengo más cerca», explica.
«Me hablo mucho con los otros pastores. Con las mujeres apenas tengo trato. Muchas me dicen que ellas no aguantarían este trabajo», apunta. Son ellos los que salen al campo con los rebaños. Violeta Alegre desempeña un trabajo de hombres pero se siente igual de capacitada para estar el monte que cualquiera. «Aquí me jubilaré, sí», admite.
Tormentas y lobos
Lo que peor lleva son las tormentas. «En las montañas el ruido se magnifica y como chillo y lloro, los perros se acercan a mí, lo cual dicen que no es bueno porque atraen la electricidad», cuenta. Se acurrucan y esperan a que pase. Si hay cobertura responde a las llamadas de las amigas: «¿Cómo vas?», le preguntan. «Reza a San Antonio», le dicen. Pero ella le tiene más devoción a Santa Bárbara.
También se las ha visto con el lobo. No se dio cuenta. Vio que el rebaño estaba cortado, unas pocas ovejas se quedaron apartadas y no pudo recogerlas. «Tenía la opción de irme con las 700 o ir a buscar esas pocas y estaba claro lo que tenía que hacer», explica. A la mañana siguiente, otro ganadero le advirtió: «Tienes el lobo metido con ellas». Y así era. Le destrozó unas cuantas. Y bautizó aquel lugar con el nombre de la Lobera.
Después de diez años en los puertos ya está hecha a esta vida en verano. ¿Y las vacaciones? «Me tomo una semana en mayo», apunta. Y se dedica a limpiar su casa y la que tienen en Lago de Omaña para la primavera. Hace años que sólo viaja a través de los libros o por asuntos de urgencia.
Tiene dos hijas que estudian en la universidad y no cree que sigan su camino, aunque una de ellas ayuda mucho con el hatajo que quedó en San Pelayo. «Están acostumbradas. Eran pequeñinas y las llevaba a la majada», cuenta Violeta.
Una entre cincuenta
Embarazada de Marta, la menor, estuvo guardando las ovejas hasta los siete meses. «El parto fue estupendo. Salió enseguida y yo misma la cogí en brazos», añade. Quizá por eso es la que más apego tiene al ganado. Pero no tanto como para convertirlo en su oficio. La mayor, Yaiza, suele decirle que «tanta calma le estresa». A ella, en cambio, los paisajes de la montaña «me relajan mucho».
Cae el sol y regresa a la majada. Una jornada más y pronto llegará septiembre. Pasando el 15 de agosto y las fiestas de Abelgas, a las que Violeta no baja, empieza a contar los días hacia atrás. Ya queda menos para volver al Páramo. Después de la fiesta del pastor inician el camino de vuelta.
Cerca de 30.000 ovejas de 47 explotaciones hacen la trasterminancia en la provincia de León desde los páramos y riberas a los puertos pirenaicos. Todas llevan su pastor. Al contrario que el ganado equino y vacuno, que pastan solos en el monte, las ovejas son manejadas a la antigua usanza. Es un oficio en extinción si no lo remedia Empiezan a subir en la primavera y bajan poco antes de que empiece el otoño.
La mayoría recorren cerca de 100 kilómetros y algunos rebaños que no rebasan los 20 kilómetros de distancia entre las majadas donde pasan el invierno y los pastaderos del verano, según datos de la Delegación Territorial de la Junta en León.
La trashumancia de rebaños de ovejas del sur de la Península a las montañas del norte se remonta a hace cinco mil años y ahora está al borde de la desaparición.
Trashumantes
Sólo un rebaño extremeño llega a las montañas de León a los pastaderos de los puertos. Se trata de la ganadería Granda, conocida popularmente como del Conde de la Oliva, que hace más de cien años que hace la trashumancia a las montañas de León y Asturias. «Son dos mil ovejas que subimos y bajamos en camiones», comenta José Álvarez Pozal, el mayoral, oriundo de Torre de Babia. Con 1.293 ovejas es el rebaño más grande.
También suben a León otros dos rebaños pequeños desde Salamaca y Segovia, con 700 y 100 cabezas de ovino, respectivamente. Ninguno hace el camino a pie. Antiguamente realizaban de 25 a 30 jornadas de viaje a pie para alcanzar los puertos, pero la llegada del ferrocarril y el transporte por carretera supuso su ocaso. Otro factor que ha contribuido a la merma de la cabaña trashumante ha sido la brucelosiss y el auge de la ganadería intensiva que se alimenta con piensos y forrajes sin pastar en el campo o pastando sólo las tierras cercanas.
Hay otros rebaños de ovejas leoneses que invernan en Extremadura y pasan el verano en los puertos de Boñar y Viadangos y Cubillas, en la comarca de Gordón. Los rebaños que trashuman y trasterminan son explotaciones de ganadería extensiva. Las ovejas que están ahora en León bajan preñadas y paren en noviembre o diciembre. «Los corderos salen de la barriga de la oveja y pesan más que los de las ovejas que se quedan en Extremadura», explica Pozal.
La puesta en valor de los productos de la trashumancia, con la creación de una marca, y la mejora de las condiciones de vida de los pastores son algunas de las medidas que se reclaman para mantener esta actividad que ha conformado el paisaje de las montañas leonesas.
Abunda más la trashumancia de ganaderías de vacuno leonesas que invernan en Extremadura. Más de 1.300 vacas pastan los puertos de Riaño, Boñar, Riello y Pola de Gordón. Sin pastores.