LIBRO GENEALÓGICO

Perros de pastoreo en España.- Fco. Javier Antón Burgos

LOS PERROS DE PASTOREO EN ESPAÑA. ORÍGENES Y FUNCIONALIDAD
Francisco Javier Antón Burgos
Universidad Complutense de Madrid

En los orígenes y hasta la actualidad

El empleo de perros para la actividad ganadera en España cuenta con una larga tradición y su origen se pierde en la noche de los tiempos. Por la evidencia de algunos restos arqueológicos y por el conocimiento de estos canes a lo largo del tiempo, se puede afirmar que culturas muy antiguas han recurrido al concurso de perros para el desarrollo de estructuras pecuarias productivas, es decir, rebaños estables de ovino, caprino o vacuno fundamentalmente, con finalidad de autoconsumo cárnico, obtención de lanas y pieles, así como su intercambio a trueque o con valores monetarios con otras comunidades organizadas socialmente.

En el tránsito al neolítico ya se han encontrado restos dispersos de canidos en diferentes excavaciones localizadas en diversos emplazamientos de la geografía española. Hoy por hoy la ciencia no alcanza a determinar si dichos perros – que hoy identificamos como dedicados al pastoreo – ya se dedicaban a dicho trabajo, o bien, estando en fase de vida salvaje o de paulatina domesticación, acompañaban a los grupos humanos en calidad de lo que hoy podríamos denominar “mascotas” o como perros que colaboraban en la caza, aunque la opción más admitida por los arqueólogos que han tratado el tema propugna que, podrían ser cánidos consumidos físicamente por los grupos humanos a los que se asocian en una primera etapa, con independencia de su grado de proximidad a tales comunidades.

Como señalan Vega y Cerdeño en su trabajo sobre el origen de los molosos ibéricos, inserto en las Actas del I Congreso Internacional del Mastín Español, que bien puede hacerse extensivo a otros tipos de perros como careas o presas, afirman: “…carecemos de estudios arqueozoológicos serios sobre este cánido, procedentes de yacimientos arqueológicos, especialmente prehistóricos y protohistóricos…”, no obstante existen otras formas de aproximación a su origen.

Del mismo modo, un rastreo personal de dichos canes sobre fuentes y otros restos arqueológicos permite avanzar que distintos tipos de perros han sido mostrados ya en materiales muebles de diferentes culturas ibéricas, como por ejemplo los perros de aspecto molosoide dibujados en diferentes vasos expuestos en el Museo Numantino de Soria, así como los que adornan otras muchas cerámicas del mundo ibérico antiguo. Todo ello nos lleva a pensar que al menos canes de tipo molosoide y otros de tipología mesomorfoma ya eran empleados en cronologías que  os remontan a la Edad del Hierro en la Meseta Central (Según estaciones arqueológicas alrededor del 600 a.c.), así como en el caso de las culturas ibéricas del centro y oriente peninsular, en fechas aún por determinar con precisión. Todo ello sin considerar representaciones parietales, en las que en escenas de caza, aparecen algunas imágenes de perros.

Estas son evidencias irrefutables, no sujetas por tanto a interpretación, perros asociados al pastoreo están representados desde antiguo en los ajuares cerámicos de distintas culturas ibéricas, sin menoscabo de la localización de nuevas representaciones que sin duda habrán de encontrarse en el futuro. En relación con lo expuesto, se han hallado evidencias de perros de tamaño medio a molosoide en castros de la Edad del Hierro meseteña como Soto de la Medinilla o Cerro del Castillo en Valladolid, Castilmontán en Soria, e incluso en La Hoya, sito en Álava, como de nuevo señalan Vega y Cerdeño. Además, en otros yacimientos adscritos a la cultura celtíbérica (Burgos, Soria o La Rioja) y la vaccea (Valladolid, Salamanca o Segovia), se han detectado restos  de perros de tipo molosoide en la segunda Edad del Hierro, temporalmente incardinados entre los siglos IV y II a.c.

En esta misma facies cultural de la Edad del Hierro se sitúan otros restos arqueológicos puestos a la luz en yacimientos tan significativos como el avulense de Las Cogotas – excavado inicialmente por Cabré, en el tránsito entre el siglo XIX y el XX – en el que aparecen ciertos muros no diseñados como murallas defensivas, sino más bien como encerraderos de ganado, caso que también es aseverado para la celtiberia soriano-riojana por el que fue director del Museo Nacional de Arqueología Blas Taracena, como evidencia destacada de lo que a su juicio podría  haber sido la dedicación económica principal de la cultura castreña soriana.

En lo que afecta a la aparición de perros destinados a la ganadería, la existencia pre o protohistórica de una trashumancia ganadera similar a la conocida en los siglos dorados del Honrado Concejo de la Mesta, está siendo objeto de fuertes controversias. La comparación de ambas situaciones es poco menos que imposible, a la par que arriesgada y carente de fundamentos sólidos de argumentación. Tampoco las fuentes clásicas al uso, entre ellas el libro tercero de la Geografía de Estrabón, aportan otros grandes conocimientos ni geográficos ni societarios de las pueblos que habitaban la Península Ibérica antes de la romanización.

Argumentos a favor se plantean en cuanto que podrían haberse producido alianzas intertribales para el tránsito de ganados, pero qué necesidad habría de mover las cabañas semovientes por territorios hostiles y alejados, máxime cuando la dimensión de dichas cabañas no sería lo suficientemente grande como para obligar a su movilización en busca de áreas de pastoreo en territorios no propios. Otras líneas de opinión llegan a justificar que la expansión de algunos pueblos, precisamente aquellos que parecen tener su tronco inicial en las culturas meseteñas de la Edad del Hierro, podría haber llevado una práctica ganadera parcialmente regulada y acordada a otros puntos de la geografía peninsular, como por ejemplo los valles del Guadiana y del Guadalquivir (En los que se han encontrado yacimientos de estas mismas características), con una ulterior expansión a otras áreas como el sector noroccidental de la Meseta o Portugal.

En algunos de dichos enclaves como los de Sierra Morena o las costas del arco Huelva-Cádiz, se cuenta incluso con lo que habrían podido ser estructuras ganaderas incluso más antiguas, sin ir más lejos la tradición mítica de los bueyes de Gerión, que se sitúa de una forma más o menos imprecisa en este contexto espacial, vinculadas a culturas de marcado carácter mediterráneo.

El ulterior elemento unificador de la romanización no es que introduzca factores externos significativos en la ganadería peninsular, sino que más bien parecen dar carta de naturaleza a estructuras pecuarias pretéritas. En todo ese largo período del imperio romano la trashumancia es posible que se hubiera asentado, pero éste es un extremo sobre el que no hay todavía una unanimidad plena. No será hasta la Lex Visigothorum cuando se aprecien normas escritas en las que se reseñe la existencia de una trashumancia organizada y ciertamente regulada que incluso habla de “carreras públicas” (Caminos por los que se produciría en esos momentos tanto el tráfico comercial como ciertos movimientos ganaderos), que luego en parte retoma Alfonso X al instituir en 1273 la corporación de La Mesta, que si bien basada en antiguas normas consuetudinarias aporta todo un codex regulatorio en cuanto a fechas, formas productivas, derechos de paso, normas fiscales, etc., que perdurará luego hasta 1836, fecha en la que se transformará en Asociación General de Ganaderos del Reino, coincidiendo con el fin del Antiguo Régimen y la instauración del nuevo modelo de estado centralista de base napoleónica. Ocurre lo mismo con otras razas especializadas en la caza, de las que España es uno de los mayores viveros europeos. A la postre, muchas razas caninas españolas han derivado en razas polivalentes, según el uso al que han sido sometidas: pastoreo y guarda o defensa, pastoreo y caza, combate y presa, guarda-defensa y compañía, etc., son los binomios que más han abundando, puestos de relieve en particular en los ámbitos insulares españoles, en los que la polivalencia es obligada de acuerdo con el ámbito geográfico y funcional en el que estos perros desarrollan su trabajo.

La rica heráldica española muestra a menudo la figura del perro como rasgo de acciones destacadas por parte de los portadores de un apellido. En pago por acciones bélicas, servicios a la corona, rasgos de lealtad, etc., se introduce la figura del perro en el escudo de numerosas casas nobiliarias, apellidos y escudos de villas o lugares. Cada tipo de perro dentro de un escudo indica algunas de las acciones descritas y en el caso de una representación más o menos fiel del mismo, se obtiene una valiosa información acerca de su morfología y rasgos externos más significativos. Este es un campo aún poco explotado dentro de los investigadores cinéfilos, pero que a futuro podría reportar datos interesantes. Por ejemplo, el desconocimiento de la imagen de leones u otros félidos salvajes, se ha saldado con su representación a partir de mastines o molosos, tal como puede apreciarse en numerosas imágenes del románico, catedrales góticas y otros monumentos renacentistas.

El arte es en general otra buena fuente de información acerca de la evolución histórica de las razas caninas españolas. Desde el siglo IX al XV pueden observarse representaciones de perros en  artularios altomedievales, iglesias románicas y catedrales góticas; muchos enterramientos emblemáticos de personajes históricos – entre ellos el del Cid – muestran a sus pies imágenes de molosos y perros de agarre, empleando términos actuales, del mismo modo que en infinitud de escudos heráldicos tanto en edificios públicos como privados aparecen representaciones de este tipo de perros, en los que su morfología se aprecia con nitidez, tanto el cuerpo como su cabeza.

Ejemplo sustantivo sería el capitel románico del Monasterio de Ripoll, en el que aparece una escena con un perro de carea en plena faena de trabajo con ovejas ripollesas, y al lado la imagen de un pastor con el tradicional capote con cogulla, sin olvidar otras tantas representaciones de perros de carea en actitud de trabajo localizables en las numerosas versiones de cartularios y beatos como el de “La Liébana”, algunos de ellos del siglo IX o X, copiados incluso con posterioridad en otros documentos medievales.

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Capitel del claustro del Monasterio de Ripoll. Pastor y perro de carea

Ya en el siglo XVI destaca la obra de Diego Velázquez con su magistral “Las Meninas”, en el que aparece en un primer plano su archiconocido mastín. Es autor además de otro famoso boceto de mastín “Dibujo de mastín tumbado” y del cuadro “El bufón D. Antonio el Inglés, en el que representa a dicho personaje de la Corte junta a una mastina pinta en blanco y negro, acaso en período de gestación si se observan sus mamas. Además, a él se debe una serie de cuadros con representaciones de miembros de la familia real española, cuyo objeto era decorar la Torre de la Perada en el cazadero real de El Pardo, del que sobresalen los cuadros “Felipe IV en traje de Caza” en el que muestra al monarca acompañado de otro perro de agarre en la línea de los tradicionales alanos españoles, sentado a sus píes, y el “Príncipe Don Baltasar Carlos”, con un perfilado galgo y lo que parece ser un corpulento perro de agarre con rasgos faciales de sabueso español, lo que podría corresponder a un típico perro de rehala con mezcla de diferentes razas. Cabe señalar también que en otras fuentes documentales como mapas de la época, por ejemplo el de la ciudad de Burgos de 1576, se representan rebaños acompañados de perros de carea, tal como ocurre en mapas o atlas de Abraham Ortelius y miembros de su escuela cartográfica.

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Mastín español. Las Meninas, Velázquez

Los siglos XVII y XVIII son siglos en los que se van a encontrar magníficos ejemplos con representaciones caninas en cuadros de autores de gran calibre como Snayers, Bayeu o Goya. Peeter Snayers en el autor de “Jauría de perros atacando a un toro” en el que al menos ocho perros de presa (Acaso alanos), entran en singular combate con un fornido toro; Francisco Bayeu, pinta en
1635 su famoso “Mastín dormido”, precioso estudio de un mastín de la época, y luego, Francisco de Goya, autor de “Niños con mastín” y ya en el tránsito con el siglo XIX, se cree que a comienzos de la nueva centuria, la serie de la Tauromaquia, de la que entre las diversas suertes taurinas aparece la lidia de seis alanos contra un potente morlaco, imagen muy habitual en las plazas de toros de la época, rememorando los tradicionales combates con fieras en los circos romanos. Ya en pleno siglo XIX pintores como Zacarías González Velázquez, posiblemente en 1820, nos lega su “Carlos IV y Godoy de cacería”, imagen en la que alanos, podencos y un perro de agarre que por su morfología señalaría a un híbrido entre mastín español y alano, rematan la caza de un gran jabalí; destaca del mismo modo el cuadro de Mariano Fortuny fechado en 1870 “La escalera de la Casa de Pilatos”, en la que aparece un fornido mastín pinto bajando la conocida escalera sevillana de la mano de un personaje cortesano. Podría cerrarse esta sucinta galería con pinturas que representan mastines durante el segundo decenio del siglo XX, en particular “Mujer con Mastín” de Rafael Parladé (Mastín ligero, rabón, que acompañada a una dama sedente) y “El Mastín” de Benjamín Palencia, fechado en 1950, en el que muestra la imagen colorista de un perro ligero amastinado.

Como puede observarse, arqueología, historia, arte y cartografía histórica se muestran como un importante legado, desde el cual tratar de escrutar los orígenes y la evolución de distintas razas españolas de perros autóctonos, muchos de los cuales tras su exportación al exterior han supuesto la base de otras tantas razas de perros europeos de pastoreo, caza y compañía.

 

Clasificación

Estructurar los tipos de perros de pastoreo en España, obliga a considerar la funcionalidad de dichos perros a la hora de organizar los taxones que integren tal clasificación. A mi modo de ver puede hablarse de cuatro grandes funcionalidades: perros de guarda y defensa (Tradicionalmente mastines), perros de conducción (Tradicionalmente careas), perros de agarre (Tradicionalmente “perros de presa”) y perros polivalentes (Guarda-defensa y conducción, muy habituales en los contextos insulares españoles).

Los perros de guarda y defensa

Buena parte de los elementos conformantes tanto morfotípicos, como genotípicos o caracteriales de estos perros, los mastines, se han ido desarrollando en dos grandes dominios de la ganadería española: la actividad trashumante y la estante. La trashumante, en cualquiera de sus variedades (Largo radio de acción, vertical o trasterminante), el perro predominante es lo
que hoy se denomina mastín español, crisol de diferentes facetas morfológicas (Perros de mayor o menor alzada, con cabezas más o menos desarrolladas, con mayor o menor desarrollo óseo, con mayor o menor desarrollo de pieles, pelo o arrugas faciales), pero en cualquier caso con un carácter definido en cuanto a una gran bravura frente a agentes hostiles exteriores (Animales salvajes, especialmente el lobo, o desconocidos), gran frugalidad y resistencia al esfuerzo, amor y dedicación en el cuidado con el rebaño (“Querencia”) y grandes dotes persuasivas en la guarda y custodia de propiedades o personas, segunda de sus grandes cualidades objetivas. En suma cualidades sobresalientes de un perro rústico, resistente, frugal, bien adaptado a un medio físico cambiante y duro, que vive en la alternancia estacional de territorios muy dispares (Puertos de verano o “agostaderos”, y pastos invernales o “invernaderos”). Tradicionalmente y ahora en menor medida, el mastín español recorre en agotadoras jornadas de hasta un mes en cada desplazamiento, toda la geografía española. No hay región del país que no haya sido objeto de algún tipo de trashumancia pecuaria, en la que el mastín siempre estuvo presente, de ahí que dicha raza proceda del crisol de una base genética acuñada en el continuo intercambio de líneas de sangre que, procedentes de diferentes orígenes se mezclan luego en los lugares de invernada o en los puertos estivales, de modo que sangres castellanas se imbrican con las extremeñas, andaluzas, aragonesas o levantinas, sin contar con los intercambios entre las sagas originadas en los grandes valles del país (Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Ebro, etc.), que se fusionan luego con perros de rebaños que pastan en el macizo Galáico-Portugués, la Cantábrica, la Ibérica, el Pirineo, el Sistema Central, Gredos, Sierra Morena, las Béticas o las sierras costeras levantinas. Cualquier planteamiento contrario al enunciado es irreal, tendencioso y carente de base, ya que ese crisol a lo largo de siglos ha sido la base real de la raza, pese a planteamientos reduccionistas e interesados en deformar una evidente realidad, que perfectamente puede justificarse y documentarse con testimonios históricos y planteamientos científicos.

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Mastín español actual

Por otra parte, la especificidad del mastín español se debe a su continuada participación en el modelo ganadero que denominamos “trashumancia”, desarrollado al menos durante casi ocho siglos con evidencias documentales y estadísticas, al margen de su pasado histórico o protohistórico, o sea, muy posiblemente, una raza milenaria. La realidad actual es muy distinta, la trashumancia desde finales del siglo XIX tiene un tono declinante, ha ido a menos como resultado de la caída del precio de la tradicional explotación lanera, el cambio en las formas de vida de la sociedad contemporánea española, la primacía de los medios urbanos sobre los espacios rurales y el abandono del campo o la montaña desde el éxodo rural de los años sesenta del siglo veinte. Todo ello ha contribuido a que los efectivos trashumantes hayan ido reduciéndose de forma paulatina, y el empleo del ferrocarril o del camión haya mermado los tradicionales desplazamientos a pie; por otro lado el descenso de la presencia del lobo hizo que muchos pastores y ganaderos prescindieron de su principal recurso de seguridad, incidiendo en la calidad media de los ejemplares que han ido integrando la cabaña mastinera.

Hoy la trashumancia sigue estando presente y viva, si bien en muchos lugares donde era tradición ya se ha perdido o bien sus efectivos han menguado sustancialmente, del mismo modo que lo hizo la figura del mastín. Sin embargo, con una cabaña más o menos nutrida, más o menos pura y con mayor o menor calidad, el mastín español sigue estando presente en todas nuestras grandes montañas y áreas de pastoreo invernal. Del mismo modo cabe resaltar la labor ejercida por criadores de la raza, que ya desde mediados del siglo anterior se interesaron por localizar los ejemplares más sobresalientes y encauzar un trabajo focalizado hacia la cinefilia oficial, utilizando toda una reserva genética acuñada durante centurias; su labor ha sido y es de vital importancia para el mantenimiento de la propia raza, pero también, hay que decirlo con rotundidad, ha introducido múltiples factores distorsionantes de su propia esencia como resultado de intereses grupales, protagonismos personales, mediocridad en la cualificación cara a la crianza, y empecinamientos acerca de cómo debe afrontarse dicha crianza organizada a partir de los rasgos definitorios del “estándar racial”, al fin y al cabo una creación artificial sobre una base real que es la genética atesorada a lo largo del tiempo, y que en ocasiones entra en franca colisión, al menos a partir de lo que se puede apreciar en algunos juicios de los concursos y exposiciones caninas en los que participan los ejemplares de mastín español, así denominado además por su difusión espacial en todo el territorio nacional.

De ahí que pueda ya hablarse con precisión de dos categorías que afectan a la raza: los “mastines de campo” con morfología y funcionalidad marcadas por el tipo de trabajo que desarrollan habitualmente, y los “mastines de criadero”, con muy variadas calidades y una funcionalidad limitada en principio a la mejora de la raza, a la venta comercial y a la participación en exposiciones

caninas, lo que pese al esfuerzo que desarrollan mucho criadores, ha abierto una clara fractura entre ambas realidades de una única esencia. Pocos mastines de criadero se reintegran ahora a la funcionalidad de la ganadería en el campo, en las dehesas o en los puertos de montaña…

Fenómeno singular es el del otro moloso ibérico reconocido a nivel oficial: el Mastín del Pirineo. Raza recreada en los años ochenta gracias al esfuerzo de un grupo de entusiastas criadores aragoneses, a partir de una base genética originada en mastines recogidos en Navarra, somontano pirenaico, Pirineo axil, y somontano septentrional de la Cordillera Ibérica, añadiendo sangre de algún mastín español campeón de España y buscando una diferenciación morfotípica basada en una mayor densidad y volumen de pelo o subpelo, capa bicolor en blanco y negro, o blanco y dorado, además de sus gradaciones, recordando sagas de mastines conocidos en el dominio pirenáico y asociados a la trashumancia vertical hacia los puertos pirenáicos a través de la red de cabañeras (Denominación regional de las vías pecuarias en la zona), buscándose características ganaderas homólogas a las del mastín español, aunque luego en la práctica el Mastín del Pirineo no tenga el mismo grado de difusión como herramienta de trabajo en los medios ganaderos en los que pueda estar presente, resultando una difusión orientada ahora más hacia la guarda y defensa de propiedades que a su participación en labores ganaderas.

 

Los perros de conducción
Coloquialmente llamados “careas”, termino de origen latino que significa conducir, reunir o alinear, son los perros más profusamente empleados en el pastoreo estante, en el que los rebaños deben discurrir a veces por terrenos sembrados en los cuales pueden producir daños. En algunas regiones el carea también participa de movimientos más limitados, como el trasiego trasterminante o riberiego. De ahí que la morfología de estos “careas” esté netamente diferenciada de la de los mastines, ya que el carea además de desarrollar un labor similar en cuanto a la guarda en cuanto que avisa al pastor de elementos hostiles, su principal funcionalidad es la de ser timón del rebaño, conduciendo a animales a veces hoscos de carácter (Típico de las cabras o ciertas razas de ovejas más silvestres), atendiendo en este caso a las indicaciones del pastor.

Su morfología responde a los requisitos que se le requieren habitualmente: resistencia a un intenso trabajo diario con escasos descansos, instinto, inteligencia, versatilidad, capacidad de aprendizaje, frugalidad y amor al rebaño; su menor talla ha hecho que bajo el aspecto de variadas morfologías de detalle esté difundido por toda la geografía ganadera española, no hay región en la que habiendo rebaños no aparezca algún tipo de perro de carea. Objetivamente, su mantenimiento es menos costoso que el de un moloso debido a su menor peso, de ahí que sea un perro muy valorado en los medios rurales, ya que además ejecuta el aviso de extraños a majadas y propiedades aisladas.

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Pastor manchego y perro de carea

Bien puede decirse que hay una base genética común a todos los careas identificados en España, que a grandes rasgos se cifra en una estructura de perro mesomorfo a veces con reducida dimensión física, con gran inteligencia natural para las labores de conducción de ganado; morfológicamente se distinguen por una capa de abundante pelo de diferentes coloraciones bien desarrollada por todo su cuerpo, tapando parcialmente los ojos y con una capa subyacente de subpelo que supone una de su principales defensas frente a la rigurosa climatología en la que debe desenvolverse, en la que el frío, la lluvia o el calor son habituales. Cronológicamente la primera agrupación racial de careas oficialmente reconocida es la del “Gos d´atura”, Este perro ha participado en la histórica trashumancia catalana desde los pastos costeros hasta los de verano en el Pirineo oriental, y de la misma forma es el perro habitual en el pastoreo estante. Su capacidad de trabajo ganadero conforma su principal seña de identidad. Se concibe como el carea típico de Cataluña, aunque la presencia de careas de idénticas características se reporta en el somontaño ibérico, en el valle del Ebro, en el Sistema Ibérico, en Castilla septentrional y meridional, Sierra Morena, etc., es decir, un perro de base común pero con difusión peninsular adjetivada de acuerdo con un principio de localización espacial o geográfica. Ese mismo carea está igualmente difundido por todo el país, identificándose distintas características raciales agrupadas entorno a sagas o formas diferenciadas en el volumen de la cabeza, densidad del pelaje, estructura osea más o menos recortada, alzadas variables, disponibilidad o no de doble espolón, capas de coloración o grados de pigmentación.

Otra agrupación racial diferenciada de carea reconocida oficialmente es la del pastor vasco Euskal Artzain Txakurra, con dos variedades que atienden entre otras cosas a su tipo de pelo; se trata de un tipo de perro difundido preferentemente en las zonas ganaderas del País Vasco, de la Navarra fronteriza con éste y de algunos valles del Pirineo navarro. En su cepa genética se advierten aportes de otros perros careas pirenáicos, tanto de la vertiente española como de la francesa, así como la influencia de algún otro perro del sector de las Landas, resultando un carea mesomorfo algo más alto que el catalán, de análogas características de trabajo y comportamiento, en las que destaca su capacidad de aprendizaje y fidelidad al pastor.

Otro carea bien diferenciado, tanto por su componente morfoestructural como por su tipo de pelo y personalidad es el Perro de Agua Español, igualmente difundido por numerosas áreas ganaderas del sur de España, Andalucía en particular, en las que dicho carea se ha empleado tradicionalmente en la conducción de rebaños de cabras, pero también como perro ganadero que debe desarrollar su trabajo en ambiente de marismas. De ahí que su carácter siendo alegre y muy atento al pastor, cuente con un cierto empuje físico cuando trata con ganado reaccio a la conducción. También es conocido como “Turco andaluz”, aunque las explicaciones que se aducen para tal denominación son poco sólidas en su formulación, del mismo modo que ocurre con otras razas caninas autóctonas españolas, en las que urge la reforma del capítulo de sus orígenes en los respectivos estándares raciales, en los que pueden observarse algunas imprecisiones de grueso calibre que urge perfilar. Por avatares de la cinefilia organizada, otra agrupación racial de perro de aguas difundida por el norte cantábrico desde Galicia oriental hasta el País Vasco, pasando por Asturias y Cantabria, ha sido ignorada como tal agrupación perfectamente diferenciada. Dicha agrupación ha tenido poca o nula participación en labores de pastoreo; ese perro de aguas norteño – el tradicional y autóctono de ese sector geográfico – está vinculado a barcos de pesca de bajura, avisando de la presencia de extraños y fundamentalmente cobrando peces a orden de los pescadores. Son buenos nadadores y huraños con la presencia de desconocidos, rasgo común con el perro de aguas de Andalucía, pero su morfología es más longilínea, su pigmentación es menos consistente y su pelo cuenta con un canutillo diferenciado de su homólogo meridional.

Más recientemente y como resultado de la labor de expertos locales conocedores de esta agrupación racial, se está recuperando un perro denominado Carea Leonés, que además de en León parece estar difundido también en otros espacios limítrofes como Zamora. Se vincula a un pastoreo de ribera en ocasiones de carácter trasterminante, en el que se requiere un carea ágil para la conducción del ganado, atento a las indicaciones del pastor y que reúne las tradicionales condiciones de inteligencia, frugalidad y resistencia que se requieren para este tipo de perros de conducción.

En otros espacios locales se habla de careas de similares características morfoestructurales como de personalidad, adjetivando a dichos careas con áreas de concentración espacial: ibérico, castellano, manchego, murciano, etc. En realidad se trata de perros de carea muy parecidos a los descritos, en los que prima la funcionalidad frente a algún otro rasgo de aspecto externo, como

la longitud del morro, el tipo de pigmentación, la forma de las orejas o el color de su capa.

Los perros de agarre
Tradicionalmente conocidos como “perros de presa”, se han utilizado en el mundo pecuario por lo común como perros destinados al trabajo con reses bravas de ganado vacuno, y especialmente con ganado bravo de lidia y razas de carácter más arisco como la Avileña negra, la Tudanca o la Morocha, ganado que exige el concurso de perros con personalidad y suficiente capacidad disuasoria, habituados a los lances y los derrotes de asta. Se trata de perros de agarre, que tienden a morder en los belfos y corvejones al ganado mayor, al objeto de reducirle y permitir su conducción, por eso son animales de prognatismo acusado para facilitar una mordida eficaz, con cabeza potente, boca bien dimensionada y una estructura ósea notable, asociada a un alto grado de movilidad en el tren trasero que le permite el trabajo al que está destinado.

España cuenta con una larga tradición en el empleo de este tipo de perros, patentizada en la figura del “Alano español” paradigma de perro de presa, cuya sangre está presente en los orígenes de otras razas similares como los dogos de Burdeos, Canario o Argentino. El Alano no sólo se ha destinado a la conducción de ganado bravo, si no que ha tenido un papel estelar en los espectáculos taurinos, como los inmortalizados por Goya en su serie de La tauromaquia, en los que grupos de alanos luchaban con reses bravas; también han competido activamente en luchas de perros hoy ilegalizadas, se utiliza frecuentemente como perro de agarre en monterías y se emplean del mismo modo como excelentes guardianes de haciendas, aunque su mayor valor deriva de la capacidad de trabajo con el ganado bravo. Al cambiar la conducción de este tipo de ganado a las plazas de toros mediante el empleo del camión, su utilidad entró en declive favoreciendo la pérdida de funcionalidad.

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Alanos. Perros al toro, Goya

El Alano llegó a un punto cercano al de la extinción a finales del siglo XX, pero recientemente se ha llevado a cabo un proceso de recuperación de la raza, hecho en buena parte con aportes de sangre del perro “Villano de las Encartaciones”, agrupación racial semejante en morfología, carácter y funcionalidad. En ciertas áreas de España a éste tipo de perro se le denomina “chato”, de acuerdo con el aspecto externo de su cabeza, asociándole con un fuerte carácter ganadero y para la guarda, tal como ocurre en Salamanca o en Murcia, dónde todavía se recuerda al “Chato murciano”, perro de gran alzada que se utilizaba en la conducción de reses bravas y que luego se empleaba también para peleas en ambiente huertano.

En Baleares se identifica al Ca de Bou, sobretodo en Mallorca, como un perro boyero destinado igualmente a la conducción de reses bravas en movimientos de trashumancia intrainsular, y que del mismo modo ha participado históricamente en peleas caninas. Su alzada es algo menor pero cuenta con una estructura potente y un fuerte carácter acorde con su función.

 

Los perros polivalentes

Bajo ésta denominación se pueden incluir a aquellos perros ganaderos que por la singularidad del territorio en el que desarrollan su labor, normalmente islas o archipiélagos, realizan tanto labores de guarda y defensa como de conducción de ganado. Baleares y Canarias como espacios de desenclave insular cuentan con perros de cumplen ambos requerimientos, son perros con amplias cualidades tanto para la conducción de ganados, sobretodo del caprino, como para la guardería de propiedades. Su carácter es igualmente poderoso y dominante, aunque practican una gran lealtad al propietario. Este es el caso del Ca de Bestiar en Baleares y del Majorero Canario o Bardino de Fuerteventura, atendiendo en este caso a una de las capas predominantes en la raza. Ambos son perros muy rústicos, bien adaptados a un medio duro con grandes dosis de aridez ambiental y habituados a la frugalidad. Razas canarias de carácter similar en recuperación aunque de aspecto externo netamente contrastado son el Pastor Garafiano y el Lobo Herreño, utilizados con ganado caprino y que realizan también funciones de guarda.

En otras áreas del país se está trabajando del mismo modo con otros perros de pastoreo. En Galicia las autoridades autonómicas están incentivando la recuperación del llamado Can de Palleiro, perro destinado habitualmente a la guarda de granjas y al que se le encarga la conducción de ganado vacuno, siendo un perro más longilíneo y de mayor alzada que los careas descritos pero muy rústico y utilitario. A modo de mera mención se debe señalar la existencia de una agrupación racial no reconocida, que se localiza espacialmente en el ámbito pirenaico aragonés, llamada Can de Chira. Dicho perro está destinado a la conducción de rebaños, por lo que se le puede considerar como un perro de carea, hábil con el ganado menor – ovejas y cabras – posee un denso manto de pelo con coloración oscura y está habituado a un ambiente duro de trabajo.

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